(HACE 83 AÑOS) CRONICA DEL MES
" El film parlamentario ha obtenido en el mes último éxitos de gran resonancia, principalmente con los encendidos,-encarnizados diriamos mejor,-debates acerca de la pena de muerte.¿Débese dejar la Constitución tal como está?, o borrar de ella el renglón por el cual se suprime la pena capital, dejando este punto para ser definido por una simple ley?
Al rededor de esta cuestión se ha hablado largamente, se han echado al viento largas y sonoras parrafadas de elociuencia, se ha sacudido el polvo borroso y equívocos pasos de historia política, se han cruzado epítetos y agravios inauditos,-si hubiera algo inaudito en nuestras cámaras y en las cámaras de todo el mundo.
Dícese que la pena de muerte no es cuestión de partido; así pues, no hay por qué levante ella semejantes tempestades; que es problema de dercho penal estudíado en otros países en el silencioso y reposado gabinete de los juriconsultos, y por tanto resulta una sinrazón el que agitemos por tal manera en tocando al punto.
La pena máxima siempre ha sido, de hecho, una cuestión de partido entre nosotros. Los conservadores enemigos de ella y los liberales partidarios de ella, se han señalado siempre como excepciones, como voces algo disonantes en la discusión siempre candente de la supresión o del implantamiento del patíbulo. Es un hecho antiguo, histo´rico, vinculado allá en su fondo con las tendencias e indiosincracias del conservatismo y del liberalismo. Mirando las cosas desde lo alto, no habría qué reprochar a uno y otro el que quieran tomar como carne de carne y hueso de sus huesos aquel punto de doctrina; uno se dice el partido del orden, de la autoridad, y en nombre del orden lleva el castigo a su último limite; el otro quiere ser más templado en este renglón, ya que la autoridad no tiene tánta importancia en su ideología.
No resulta ilógico, pues que la pena de muerte sea un lugar sensible en la epidermis de nuestros partidos. Al pelear la reñida batalla ni el uno es patibulario ni el otro anarquista; son consecuentes, y siempre la defensa de una doctrina es actitud de gran valía.
Afortunadamente todavía esto es así. Y es hermoso- haciendo a un lado los denuestos y personalismos del debate- ver a nuestras cámaras agitarse en embravecerse, como mar en leva, cuando se presenta aquel capítulo que no lleva en su vientre intereses bastardos, ni de política, ni de finanzas.
Es un punto de doctrina lo que se discute, aunque no se trate el tema. No ha necesidad de tratar un tema directamente para tenerlo entre manos, candente, como tizón encendido. Tal ha sido para nuestros Senado el proyecto de reforma constitucional.
Tizón ardiente que ha avivado las sensibilidades de ambos partidos y que- a pesar de las violencias destempladas- ha recordado que aún existen cuestiones de pensamiento, de ideas, tesis doctrinarias capaces de producir la conmoción pública.Hé ahí la razón por que ha tenido su grandeza, un poco pasada de moda, un poco fuera de época, en estos tiempos en que no queremos preocuparnos sino de la aritmética, no la que enseña a medir y pesar nuestras miopías y miserias, sino la que enseña a contar, febril y codiciosamente, los patacones americanos.
E.G.E "
" El film parlamentario ha obtenido en el mes último éxitos de gran resonancia, principalmente con los encendidos,-encarnizados diriamos mejor,-debates acerca de la pena de muerte.¿Débese dejar la Constitución tal como está?, o borrar de ella el renglón por el cual se suprime la pena capital, dejando este punto para ser definido por una simple ley?
Al rededor de esta cuestión se ha hablado largamente, se han echado al viento largas y sonoras parrafadas de elociuencia, se ha sacudido el polvo borroso y equívocos pasos de historia política, se han cruzado epítetos y agravios inauditos,-si hubiera algo inaudito en nuestras cámaras y en las cámaras de todo el mundo.
Dícese que la pena de muerte no es cuestión de partido; así pues, no hay por qué levante ella semejantes tempestades; que es problema de dercho penal estudíado en otros países en el silencioso y reposado gabinete de los juriconsultos, y por tanto resulta una sinrazón el que agitemos por tal manera en tocando al punto.
La pena máxima siempre ha sido, de hecho, una cuestión de partido entre nosotros. Los conservadores enemigos de ella y los liberales partidarios de ella, se han señalado siempre como excepciones, como voces algo disonantes en la discusión siempre candente de la supresión o del implantamiento del patíbulo. Es un hecho antiguo, histo´rico, vinculado allá en su fondo con las tendencias e indiosincracias del conservatismo y del liberalismo. Mirando las cosas desde lo alto, no habría qué reprochar a uno y otro el que quieran tomar como carne de carne y hueso de sus huesos aquel punto de doctrina; uno se dice el partido del orden, de la autoridad, y en nombre del orden lleva el castigo a su último limite; el otro quiere ser más templado en este renglón, ya que la autoridad no tiene tánta importancia en su ideología.
No resulta ilógico, pues que la pena de muerte sea un lugar sensible en la epidermis de nuestros partidos. Al pelear la reñida batalla ni el uno es patibulario ni el otro anarquista; son consecuentes, y siempre la defensa de una doctrina es actitud de gran valía.
Afortunadamente todavía esto es así. Y es hermoso- haciendo a un lado los denuestos y personalismos del debate- ver a nuestras cámaras agitarse en embravecerse, como mar en leva, cuando se presenta aquel capítulo que no lleva en su vientre intereses bastardos, ni de política, ni de finanzas.
Es un punto de doctrina lo que se discute, aunque no se trate el tema. No ha necesidad de tratar un tema directamente para tenerlo entre manos, candente, como tizón encendido. Tal ha sido para nuestros Senado el proyecto de reforma constitucional.
Tizón ardiente que ha avivado las sensibilidades de ambos partidos y que- a pesar de las violencias destempladas- ha recordado que aún existen cuestiones de pensamiento, de ideas, tesis doctrinarias capaces de producir la conmoción pública.Hé ahí la razón por que ha tenido su grandeza, un poco pasada de moda, un poco fuera de época, en estos tiempos en que no queremos preocuparnos sino de la aritmética, no la que enseña a medir y pesar nuestras miopías y miserias, sino la que enseña a contar, febril y codiciosamente, los patacones americanos.
E.G.E "
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